Rapunzel se mira en lo único que no está roto de su mazmorra, el espejo. Ve su vestido que ya no es ni rosa ni azul princesa, toca con dulzura su larga trenza y comienza a tirar de su vestido como si fuese el caparazón que nunca le dejó ser. Rota y cabreada, siendo la única que puede mirarse, rompe el espejo y con un trozo de cristal corta su largo pelo. Ensangrentada, llorosa y nada perfecta ata, dudosa, la trenza a la argolla de la puerta, lo que un día fue su aparente fin.
No más príncipes inútiles, no más esperas ni falsas esperanzas, no más conversaciones inventadas, mientras que baja por lo muerto de su cabello siente eso con lo que tanto había soñado, la libertad.
Siente la dulce hierba, siente ruidos extraños... ¿Esto es la libertad? ¿Qué hago con ella? Arrepentida, subí de nuevo por mi, ahora, no trenza, y cuando entro en mi "agradable" mazmorra me doy cuenta de que nunca había probado a abrir aquella puerta.
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