A las cinco de la mañana un olor demasiado fuerte hasta para los más acostumbrados se apodera de mis nauseas para luego, freírse y mezclarse con lejía al hacer de lavaplatos. Sí, durante este verano estuve trabajando en un restaurante pesquero, sin licencias y ausencias higiénicas.
Entre tan poca higiene y lo torpe de mis sentidos, el juego que comenzaste entre cajas de pedidos terminó conmigo sentada en una caja de hojalata, acompañada de lo que iba a ser tu entrada.
Esa promesa de borrachos ilusos tuvo un mismo origen, los dos lo prometimos, la divergencia es que yo soy la que la ha cumplido.
Ese viaje a medida en el que invertí lo poco que gané, encajados en cuatro latas con ruedas más caras que los inexistentes asientos. ¿Mi acompañante? El billete que te compré.
Peor es que te dejen con el anillo de compromiso. Por cierto, nunca hay que tocar el anillo de un vínculo roto. Trae muy mala suerte.
ResponderEliminarBuenas metáforas y evocaciones, buena aproximación a una historia realista. Tu concisión es tu mayor virtud narrativa.