Iba por el pasillo y escuchó a su hermosa mujer, haciendo alarde de su voz de sirena mientras el agua rozaba su cuerpo. El hecho de volverla a ver tendría que entusiasmarle, después de tanto tiempo... Pero Roland estaba contrariado, la atmósfera no olía a un único perfume. Respentándola y sin abrir la puerta del aseo, comenzó su conversación:
-¡Shara! No sé que es lo que pasa. Comprendo que estés dolida; salí sin avisar, cogiendo el paraguas y poniéndome el sombrero al mismo tiempo que cerraba la puerta, siendo una fuerza abismal la que me obligaba a hacerlo. Pero... Ahora que llego, no sería tanto lo que me amabas.
Con la toalla más pequeña y sensual que Roland nunca hubiera podido imaginar, Shara, colorada y rodeada de un vapor que mareaba, se "tapaba" con aquella toalla. Abrió la puerta de par en par y prosiguió diciendo:
-El bueno, el malo o el feo, ¿quién pretendes que sea? Cariño solía llamarte pero, voy a ser sincera. Roland, lloré tu luto durante un tiempo. Cree una historia que me hizo confundir la verdad. No sé porque lo hice, no te debía nada. Un día me di cuenta de que me faltaba algo, y sí, dejé el anillo a un lado, olvidándote por completo y empecé a tocar el piano. Toqué el piano con el vecino de enfrente, con el del quinto, en realidad, con el vecindario entero, con el jefe de la orquesta, con mi músico favorito, con alguna nueva amistad efímera...
Roland, con la cara llena de contrariedad, siendo el mismo iluso que el primer día le dijo:
-Shara te traje algo...
Ella contestó, con el sarcasmo tan sutil que le caracteriza:
-¿Un ramo? ¿Quién ha muerto?
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